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En un giro desafortunado que desdibuja la memoria de la entretenida y excéntrica franquicia de videojuegos Borderlands, el director Eli Roth nos entrega una adaptación cinematográfica que se pierde en su propia desorientación. La promesa de trasladar el vibrante mundo de Pandora a la gran pantalla se estrella estrepitosamente, dando como resultado un desastre hiper-mega-colosal que ni los fans más acérrimos pueden salvar.

Borderlands, lanzado por primera vez en 2009, conquistó a los jugadores con su estilo artístico inspirado en el cómic underground, su humor irreverente y su universo post-apocalíptico. A diferencia de otras adaptaciones que han logrado capturar la esencia de sus fuentes, la película de Roth parece una burla a todo lo que hizo que el videojuego fuera especial. En lugar de rendir homenaje a su fuente original, la cinta se sumerge en un mar de referencias sin coherencia y una narrativa que parece no tener sentido.

El director Eli Roth, conocido por sus intentos fallidos en el género del terror y el thriller, se embarca en esta adaptación con la misma falta de destreza que ha marcado su carrera. Aunque Roth intentó incorporar elementos de humor y acción que resonaran con el material original, el resultado es un caos visual y narrativo que ni siquiera el diseño de producción, a cargo de Andrew Menzies, ni el vestuario de Daniel Orlandi logran salvar. La cinta, a pesar de su alto presupuesto, es una amalgama de clichés y parodias que se sienten forzadas y poco originales.

La trama sigue a Tiny Tina (Adriana Greenblatt), una niña atrapada en una nave espacial, en una parodia de Star Wars que ni siquiera intenta ser original. Acompañada por una serie de personajes insípidos y una historia predecible, el guion de Roth se siente como una copia barata de películas anteriores, incluyendo un fallido intento de humor protagonizado por Kevin Hart en una parodia de Darth Vader. Este chiste, que recuerda a una escena similar en Spaceballs, evidencia la falta de creatividad en la adaptación.

Cate Blanchett y Jack Black, quienes repiten papeles de su participación en otras películas de Roth, se encuentran atrapados en un guion mediocre que no les permite brillar. Blanchett interpreta a Lilith, una cazarrecompensas con una presencia abrumadora, mientras que Black da vida a Claptrap, un robot que se supone que es gracioso pero resulta más irritante que entretenido. La villanía de Édgar Ramírez como Atlas es tan olvidable que es difícil recordar su papel incluso después de que los créditos han terminado.

En comparación con adaptaciones cinematográficas recientes de videojuegos como The Last of Us y Fallout, que han sido aclamadas por su fidelidad y profundidad, Borderlands se sitúa en el extremo opuesto del espectro. La cinta de Roth se convierte en una experiencia de cine clase B que evoca recuerdos de otras malas adaptaciones, como Street Fighter y Doom, pero con un presupuesto y un potencial mucho mayores.

En definitiva, Borderlands es una película que hace que los trabajos de Michael Bay y Roland Emmerich parezcan obras maestras en comparación. Es un ejemplo palpable de cómo una película puede desaprovechar su legado y transformar una franquicia amada en una mera sombra de lo que pudo haber sido. La sentencia final de Lilith sobre la cinta podría resumir el sentimiento general: “¡Dios! ¡Cómo odio a esta película!”