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En el vasto universo musical de Pink Floyd, donde álbumes como “The Dark Side of the Moon” y “The Wall” brillan con luz propia, existe una pieza que para David Gilmour, el virtuoso guitarrista y cantante de la banda, representa una obra maestra absoluta: “Echoes”.
Esta épica canción de 24 minutos, que cierra el álbum “Meddle” de 1971, es elogiada por Gilmour como la cúspide de la experimentación y el genio creativo que caracterizó a Pink Floyd en aquella época.
“Creo que ‘Echoes’ es la obra maestra del álbum, en la que todos estábamos descubriendo de qué se trata Pink Floyd”, afirmó Gilmour en una entrevista para la revista Guitar World en 1993.
Una joya de la experimentación
“Echoes” navega a través de paisajes sonoros cambiantes, desde tranquilos pasajes acústicos hasta crescendos psicodélicos, impulsados por la guitarra virtuosa de Gilmour y la voz emotiva de Roger Waters. La letra, compuesta por Waters, explora temas profundos como la existencia, la conciencia y la conexión humana.
Más que una canción, una experiencia
Para Gilmour, “Echoes” trasciende la simple definición de canción. “Es una experiencia”, afirma. “Te lleva a un viaje y te deja en un lugar diferente al que estabas cuando comenzaste”.
Un legado perdurable
“Echoes” se ha convertido en una pieza fundamental en el repertorio de Pink Floyd, interpretada en numerosas giras y considerada un himno por legiones de fanáticos alrededor del mundo.
La declaración de Gilmour como “obra maestra” solo solidifica el lugar de “Echoes” en la historia del rock, como un testimonio del genio creativo y la capacidad de Pink Floyd para crear música que trasciende el tiempo y las generaciones.