“… He subido a un helicóptero… Desde el aire he visto centenares de ataúdes de zinc, el suministro para el futuro, brillan bajo el sol, es bonito y terrorífico…”- escribía en su diario Svetlana Aleksievich, el 23 de septiembre de 1988, casi un año antes de que los soviéticos abandonaran Afganistán para poner fin a un conflicto que había comenzado en 1979 y duraría diez años.

Aquella impresión fue la génesis de la magna obra que vendría después, una pieza literaria de dimensión universal que nacería en medio de la censura y el cerco político que impusieron en Bielorrusia contra Aleksievich, ya en ese entonces, hace poco más de 30 años, toda una reconocida periodista.

Si bien están Voces de Chernóbil y La guerra no tiene rostro de mujer; Los muchachos de zinc refrenda con creces lo que muchos veían venir desde comienzos del siglo XXI, el Premio Nobel de Literatura en 2015.

La obra

En lo que se considera como una especie de reportaje literario, Aleksievich, describe con total nítidez todos los horrores de la guerra mediante un magistral relato en primera persona que recoge las vivencias de madres, enfermeras, soldados y cirujanos.

La muerte, la locura, el miedo; todo se mezcla en una historia única marcada por un acentuado toque poético, donde la idea de la muerte regresa una y otra vez, mostrándose como un deber.

Cinco años después de haber publicado Los muchachos de zinc, Svetlana Aleksievich, fue sometida a juicio, del que logró salir indemne gracias al amplio cúmulo de pruebas documentales y teniendo en cuenta la ausencia de argumentos contundentes por parte del bando acusador.

El legado

La escritora resumiría su proyección de futuro en una de sus frases más célebres: “… Yo escribo, anoto la historia del momento, la historia en el transcurso del tiempo…”

Muchos entendidos coinciden que Los muchachos de zinc son un canto de no a la guerra en medio de un contexto marcado por el peligro de una tercera Guerra Mundial, el mismo que permanece vigente en nuestros días.